lunes, 28 de julio de 2008

LENGUAS O CIUDADANOS



Lenguas o ciudadanos. ¡Esa es la cuestión! Se ha escrito tanto sobre los problemas que por esa causa se plantean en las comunidades bilingües de nuestro país que prácticamente es imposible decir algo nuevo sobre ello, como no sea organizar lo dicho y seguir insistiendo; única manera por la que la razón y la justicia pueden acabar imponiéndose. El último texto ha sido el “Manifiesto por la Lengua Común”, que se puede leer en la siguiente dirección o buscando ese título en internet:

http://www.ciudadanos-cs.org:80/jsp/publico/participa/manifiestoporlalenguacomun.do

Desde los primeros años de la llamada “normalización lingüista” en Cataluña, que en su inicio apoyé, ya descubrí como muchos otros su verdadera intención oculta, hoy ya reconocida sin pudor por los propios normalizadores: imponer el catalán como única lengua oficial en Cataluña (han tenido éxito total salvo en Justicia, ¿por qué será?) y reducir la importancia del castellano al nivel del de una lengua extranjera (han fracasado estruendosamente), y mejor si en ese papel lo sustituye el inglés.

Pronto comprendí que a ese objetivo se supeditaba todo, incluida la verdad y la justicia, siempre disfrazadas hábilmente de ayudar al catalán a recuperarse de pasadas e innegables injusticias (no tienen un pelo de tontos los normalizadores). Hasta la “discriminación” positiva que promovieron y promueven –figura altamente sospechosa- pude tragar durante un tiempo. Por donde no pasé fue por el acoso a los derechos de los castellanohablantes. Ayudar a algo o a alguien, no tiene por qué relacionarse con limitar a algo o a alguien, a menos que el objetivo final sea suplantarlos.

En esa sorda batalla he podido ver mentiras y falacias sin cuento, ahora renovadas por las vergonzosas manipulaciones de muchos artículos en la prensa que he leído en respuesta a lo que no se dice en el “Manifiesto por la Lengua Común”, siguiendo la vieja táctica de descalificar un documento cuyo lectura se dificulta, en lo que se puede, al no adjuntarlo, a sabiendas de que la mayoría no lo leerá y se quedará con la manipulación. (En C’s nunca haríamos eso ¿verdad?)

Es importante diferenciar claramente el marco de discusión: si el problema se plantea como discrepancias entre dos lenguas, el catalán siempre aparecerá como la parte débil y la víctima que concitará las simpatías de los testigos. Si se enfoca como pleito entre derechos de personas, el matiz anterior carecerá de importancia, y sólo quedará sobre la mesa la razón y la justicia, porque como es sabido, y generalmente admitido, el fin no justifica los medios. Por eso titulo este artículo “Lenguas o Ciudadanos”, porque ése es el verdadero debate, no el de las lenguas, ni el de las patrias, ni el de las culturas, religiones o ideologías, que vendrían a ser lo mismo.

El verdadero debate de nuestro tiempo es decidir si son las personas las que fundamentalmente sirven a los sistemas (es decir si son sacrificables a ellos) o es al revés. Hasta ahora la Historia demuestra que han sido siempre las personas las inmoladas en el altar de los sistemas. Han corrido ríos de sangre por esa causa; y no es una figura retórica. Por eso defender esa posición del pasado, es profundamente reaccionario y avanzar en la defensa de los ciudadanos es el progreso.

Los aguerridos redactores del citado manifiesto no parecen haber hecho esta distinción, quizás por eso han cometido un desliz en su preámbulo, donde dicen:

-“Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana,…”

Después continúan con 5 puntos –el verdadero manifiesto- de puro sentido común con los que nadie se mete, pero la introducción ya sitúa la discusión en el terreno de las lenguas, es decir de los sistemas, en lugar de las personas. Y a ese desliz se agarran desesperadamente los manipuladores para gritar en todos sus medios eso de que “el castellano no corre peligro”, cosa que resulta evidente hasta para el más garrulo de la más remota aldea. Y al ruido de esos tambores se ha ido, otra vez, la defensa de los derechos de los ciudadanos castellanoparlantes por la alcantarilla de los intereses políticos de los nacionalistas de aquí, y de los políticos de allí, sean PP o PSOE, que ya sabemos que nos han clasificado desde siempre como simple moneda de cambio en el juego del poder.

Para mi asombro, y paniaguados aparte, hasta respetados columnistas de prensa que leo asiduamente con placer, por la sensatez de sus valoraciones, se agarran a ese clavo ardiendo que les hemos dado torpemente para descalificarnos y satirizarnos sin piedad. He guardado unos cuanto artículos por si alguna vez tengo fuerzas para hacer un estudio sociológico sobre la capacidad de las emociones y los intereses para enturbiar la razón. El “Todo por la Patria”, conciencias incluidas, sigue muy vigente. Y el íntimo debate, en términos de derechos comunes, por el cual toda persona ha de decidir si antepone sus emociones a la razón o viceversa, está tan avanzado ahora como en la Edad de Piedra, me temo.

Los defensores de los derechos de las personas frente a los de los sistemas no deben caer en el error de hablar de tú a tú con ellos. Deben defender la superioridad de las personas. Éstas existen a pesar de cualquier sistema concreto, que se puede cambiar como un vestido, pero no al revés. Todos los sistemas han sido creados por las personas para ayudarles a vivir mejor de alguna manera, no para servirlos. Luego, los que los manejan, tienen la perversa tendencia a utilizarlos en su interés en primer lugar, convirtiéndolos, por ese camino, en yugo sobre las cabezas de los que le dieron la razón de ser, y a los que, sin embargo, dicen servir.

Así que centremos el discurso. No hablamos de derechos de las lenguas, patrias, culturas, religiones o ideologías sino de derechos de las personas. Algo tan sencillo como el derecho a elegir la lengua oficial de educación de tus hijos, de rotular en el idioma que quieras (oficial o no, esto es personal, no un servicio administrativo), o de relacionarte con la administración. La supervivencia del catalán o del castellano no tiene nada que ver con eso. Y no son incompatibles. Lo que se oculta bajo esa lucha es un sordo combate de intereses y vanidades particulares. De no ser así no existiría ese problema, esencialmente político, llamado “de la lengua.” Así que la próxima vez sería recomendable centrar el discurso en cosas muy sencillas, como las que he citado de ejemplo, y rehuir todo discurso sobre “lenguas”. Dejemos de hablar del catalán y del castellano para hacerlo de los elementales derechos que en nombre de esa discusión se conculcan. Reivindiquemos el derecho de elegir la lengua oficial de aprendizaje, y no hablemos más de la inmersión, por ejemplo. Sólo les hacemos el juego. Abandonemos la grandilocuencia y usemos cosas muy sencillas y personales. Imposibles de manipular ni de negar. El “Manifiesto por la Lengua Común” ha acabado convertido en un panegírico de la victimada lengua catalana. “Una causa de la extrema derecha”, según palabras extractadas, y por tanto manipuladas, de un conocido académico de la lengua, que ha probado así en su carne, la mordedura de la tergiversación malintencionada. Se lo tiene bien merecido por su actitud cobarde ante una situación que conoce perfectamente. ¡Ay de los tibios!

Circula por internet una supuesta carta de un joven independentista. Admitiendo con bienintencionado esfuerzo que sea real y no otra manipulación, es un magnífico ejemplo de la mezcla de derechos de personas y de sistemas que practica hábilmente el nacionalismo. La adjuntaré en un comentario de este artículo para no caer en la misma miseria que les critico a los nacionalistas cuando censuran sistemáticamente la difusión del manifiesto. Así cada cual podrá formar su propia opinión.

Toda la primera parte de la carta se centra en la persona del joven. Es el camino para rodearse de la simpatía, la razón y la justicia. Acaba con la frase:

-Les podría meter un rollo de 25 páginas del porque me siento catalán y no español, pero se lo resumiré en una frase: Porque estamos en el siglo XXI y me da la gana.

Nada que objetar mientras se mueve en el terreno personal. Totalmente de acuerdo con él. Y que sea lo que quiera por supuesto. A partir de ahí la carta gira a la discusión en el terreno de los sistemas. El objeto es aprovechar el “aura de derecho” que se ha creado con la primera parte para justificar sus tesis, donde necesariamente, otros que no son él, por supuesto, no podrán hacer lo que “les de la gana”. Ya estará él para echarlos de su escalera si hace falta.

Continúa con una alusión a viejos fantasmas de la Historia, especialmente la catalana (Felipe V, Primo de Rivera y Franco); manida técnica que obvio porque sin aportar nada al asunto, busca reforzar la mala conciencia de los “invasores” con un efecto paulovniano. Empieza a actuar ya con mala fe, o él mismo es víctima del reflejo de Paulov que le han inculcado.

Después pasa ya definitivamente al terreno de los sistemas, único en el que los nacionalistas puede “argumentar” algo coherente en la defensa de sus tesis (extraigo algunos párrafos):

-Las lenguas son como las especies, hay que protegerlas, la extinción de una lengua, tendría que ser traumática en ojos de cualquier humano (un español, por ejemplo), de lo contrario, este demuestra un racismo lingüístico total, un imperialismo, una poca sensibilidad que creía desaparecida del ciudadano español. No hablamos catalán para molestar. Si no mantenemos el catalán vivo, nadie lo va a hacer por nosotros, nos vemos con esta obligación moral.

Está claro. Él está totalmente de acuerdo en que las personas deben ser sacrificadas a los sistemas. En apoyo de su tesis nos abruma con una buena dosis de insultos, si no estamos de acuerdo con él, que se siente obligado moralmente a sacrificarse y sacrificarnos en el altar de su causa.

Pero ya lanzado, sigue tan pancho:

-¿Racistas, nosotros? En absoluto, acogemos a todo el mundo que no quiera destruir nuestra cultura imponiendo la suya… si busca destruir mi escalera, le pediré con toda la educación del mundo que se vaya. Los catalanes no podemos ser racistas,…

Ni que decir tiene que cuando me vine aquí, desde el País Vasco, no me acogió nadie, excepto mi hermana, claro está, por unos días. Que me vine porque me dio la real gana, como él entenderá; totalmente libre de obligaciones hacia los autóctonos, que nada en particular me ofrecieron ni me reclamaron, que tenía la vida resuelta en mi tierra, aunque tampoco importa, y que me sentía tan inmigrante aquí, como si me hubiera cambiado de pueblo en Las Vascongadas. Simplemente me moví en lo que era legalmente, y todavía lo es, mi país. ¡Sin más tributos! No soy ni emigrante ni inmigrante. Otra falacia que servilmente aceptamos.

-Los racistas son ustedes, que quieren imponer su pensamiento en un lugar ajeno, considerando pues, el pensamiento de la gente de este lugar, inferior y menos válido, creando una discriminación evidente entre personas, que se puede tachar, pues, de racista.

Él se lo dice todo. Si no cambio mi lengua estoy imponiendo mi pensamiento (ahí se le va la olla, por lo visto, lengua y pensamiento son lo mismo) y siendo racista. Y supongo que si me voy a Afganistán, y no me hago musulmán también soy racista. Porque de siempre las religiones han sido más importantes que las lenguas porque han hecho correr mucha más sangre. Y lo siguen haciendo.

Es posible que nuestro joven amigo pueda largarnos un rollo de 25 (o de 250) páginas en el mundo unidimensional que le han enseñado, y también es posible que no pudiera escribir ni tres líneas si le sacan de él. En cualquier caso, está muy mal suspendido en su curso de bachiller. Alumnos con mucha menos labia pasan sin dificultad esos retos. Quizás tenga mucho más cercanos entuertos que resolver antes de atacar molinos de viento.

No quiero terminar sin decir una cosa más: la última falacia del nacionalismo lingüista es pretender que todas las lenguas son iguales. Arranca de la generalización de la dignidad de las personas a las cosas que éstas aman y sienten. Sin embargo las lenguas no son personas, y carecen de dignidad, como carece de ella cualquier cosa u objeto que amemos. La mejor prueba de ello es constatar que las lenguas no pueden ser indignas, y por lo tanto tampoco dignas. Sólo son un instrumento de comunicación y de expresión de nuestros sentimientos que acabamos amando mucho, y por eso han de cuidarse y respetarse, pero las lenguas son distintas. Lo son por la universalidad de la cultura que en ellas se expresa y por su número de hablantes, que les confiere un muy distinto valor de uso y comercial. Ignorar esto es pura vanidad. Hay una cosa determinante en una lengua: su valor de mercado. Y el catalán no lo tiene, o lo tiene negativo puesto que hay que subvencionarla. Es duro para la vanidad, pero es así. Si el catalán se hablara, por ejemplo, además en Alemania, nadie tendría que preocuparse de defenderlo. Por eso también es una falacia la supuesta generosidad de la que alardean los catalanoparlantes cuando hacen gala de su bilingüismo. Aprendiendo castellano se hacen un favor de gran valor comercial y cultural. Aprender una lengua es una gran inversión de esfuerzo. La recompensa puede no estar a la altura de la valoración que mucha gente tiene de la misma. Porque así lo creen o porque así les da la gana.

De todas maneras C’s es un partido político, y por lo tanto debe defender los derechos y también los sentimientos de las personas. No solamente debería asumir la causa de los castellanoparlantes, sino también la de los catalanoparlantes. No están enfrentadas. Es mejor dos lenguas que una, sea cual sea el valor de cada cual. Y considero que el nacionalismo lingüista está haciendo un daño atroz al catalán, que sufrirá la reacción, y es posible que no aguante como victimario lo que soportó como víctima. Sigo creyendo en una sociedad bilingüe a todos los efectos, en que nadie se sienta a disgusto salvo los que albergan sueños imperiales de cualquiera de las dos lenguas. Es perfectamente posible. Pero ése es otro tema.

Juan José Ibáñez

C’s de Sant Cugat

Endavant ciutadans!

P.D. Buenas vacaciones a todos. Nos veremos en septiembre.

sábado, 5 de julio de 2008

EL TELÉFONO SOCIAL


Pensaba dejar ya de lado la serie Otro Sistema es posible, pero las preguntas que me plantean algunos amigos me hacen ver que lo que a mi me parece evidente -por las vueltas que le he dado a este asunto- no lo es en absoluto para los que se acercan por primera vez a mi propuesta de crear un motor informático que convierta la actualmente inexistente comunicación entre representantes y representados en un diálogo de dos: de un lado cualquier ciudadano; del otro representantes y resto de la sociedad. De ese motor, que llamaré teléfono social porque pretende realizar el mismo servicio que aporta un teléfono corriente a las relaciones entre clientes y profesionales, es preciso hacer notar, en primer lugar, que no es una propuesta ideológica, sino técnica y material, como el mismo aparato que pretende imitar.

Algunos han considerado mi objetivo utópico, iluso, buenista, “demasiado democrático” o directamente imposible, pero mi punto de partida es de lo más prosaico y racional: se basa en la constatación (la pela es la pela, que dirían por aquí) de que el mundo no cambia, básicamente, por motivos ideológicos sino por motivos materiales. Nos gusta creer lo contrario, pero no es así. No quiero salirme del asunto que nos ocupa, así que no pretenderé demostrarlo. Simplemente lo cito como referencia. No será difícil admitirme, al menos, que la invención del teléfono cambió el mundo porque abrió la puerta a posibilidades insospechadas. Lo mismo hizo el ordenador. Y quiero recalcar que ni uno ni otro aparato son ideológicos sino materiales, aunque evidentemente, por ellos se puede transmitir cualquier ideología. Pero ése no es mi cometido.

Si creamos la herramienta y logramos que se imponga, ¡la política habrá cambiado! Las posibilidades son infinitas e imprevisibles. Quien se acaba de acercar a mi propuesta reaccionará con el mismo escepticismo con que se miraban los primeros teléfonos. Es paradigmática la frase conque la Western Union (la compañía que dominaba el mercado telegráfico en el siglo XIX en los Estados unidos) despreció (y perdió) el negocio del teléfono: -“Este aparato llamado teléfono tiene demasiados problemas para ser seriamente considerado como un medio de comunicación, el aparato no tiene ningún valor inherente para nosotros. (Western Union, Internal Memory 1876)”

Tengo la esperanza de que los grandes partidos establecidos reaccionen de modo parecido cuando C’s, si tiene la osadía, promueva un instrumento como el que propongo. Ni que decir tiene que los primeros modelos de teléfono eran elementales. Incluso se hablaba y escuchaba por el mismo dispositivo, pero eso no fue problema para que Alexander Graham Bell, entonces un científico más, se hiciera con el mercado.

Olvidemos, de momento, las dificultades técnicas para crear un instrumento así e intentemos caminar un poco por ese mundo de nuevas posibilidades que nos abriría. En primer lugar he de decir que la herramienta que propongo no decide nada. Esa tarea seguirá siendo de las personas. La herramienta sólo procesa millones de opiniones en tiempo real y las presenta de la manera que el usuario desea. La manera en que lo haga dependerá de la capacidad de los sistemas de interpretar el lenguaje. Hoy por hoy bastaría con que cualquiera pudiera introducir y responder preguntas sencillas. Esto impide la manipulación habitual que permite a los políticos preguntar, si es que lo hacen, sólo lo que quieren, sólo cuando quieren y sólo como quieren. El ejemplo que describo en Otro Sistema es posible (II) es suficientemente ilustrativo. El objetivo es que los ciudadanos (los clientes) puedan orientar la acción política de sus representantes según su interés y en tiempo real. Exactamente igual a como hace el cliente con cualquier profesional que contrata en todos los aspectos de la vida real, mediante un simple teléfono.

¿Qué consecuencias tendría una herramienta así? Como dije, sólo el tiempo permitirá columbrarlas en toda su magnitud, pero muchas de ellas se intuyen sin mucho esfuerzo. La posibilidad de orientar, en tiempo real la acción política cambiará, por ejemplo, la forma de plantear las elecciones. No tendrá sentido que los políticos “prometan” esto o aquello porque los ciudadanos ya podrán decirles, oportunamente, lo que deben o no deben hacer. Más bien deberán utilizar su energía en justificar su competencia. Esto acabará con infinitas demagogias.

Otra consecuencia fundamental es que una herramienta así eliminaría la acción de gobierno en su concepto actual, que pasaría al conjunto social, convirtiendo a los políticos en verdaderos profesionales al servicio social, haciendo verdad, también en política, el dicho de que quien paga manda. Pero además, como las necesidades sociales se manifiestan a todos los niveles, humanos, materiales y geográficos, una herramienta así posibilitaría la aparición de oficinas u organizaciones políticas de diverso nivel, que por propio interés, ofrecerían sus servicios políticos a la ciudadanía para solucionar problemas concretos, sin conexión entre sí, en libre competencia, posibilitando así la aparición de una estructura política en red, a imagen de la propia sociedad y de la oferta de servicios civiles que la hacen funcionar. Los ciudadanos de un determinado nivel o entorno podríamos comenzar a recibir “ofertas” para la solución de problemas concretos. Comenzaría a habilitarse la posibilidad de gestionar progresivamente los propios impuestos. Hasta el mismo concepto de elecciones periódicas acabaría siendo obsoleto, ya que el concepto de proyecto completado pasaría a ser más significativo que el propio plazo actual entre plebiscitos, y además, la tarea política no tendría la estructura piramidal actual, ya que los políticos se moverían en entornos de poder adecuados a la magnitud de los proyectos que se les encargaran. Pensar que la política del futuro se pudiera parecer a la de hoy sería como pensar que la sociedad actual habría de ser equivalente a aquella en que no existía el teléfono. Las nuevas posibilidades conformarán el futuro.

Pero existe otro efecto fundamental de esa herramienta. Ya describí que sería posible ofrecer opiniones sobre cualquier asunto, disponibles para el resto de los ciudadanos. Se abre así la posibilidad de que quien tenga ideas las pueda ofrecer al conjunto social independientemente de sus medios de cuna. Lo bueno, como los buenos libros, acabará saliendo a flote. Queda abierto el camino al mérito independientemente de los medios o padrinos de que se pudiera disponer.

Así que esa herramienta, además de ofrecerle a usted, ciudadano, un teléfono particular para orientar la labor de sus representantes políticos, le posibilita también un campo de creatividad para sus propias inquietudes en plano de igualdad con el resto de sus conciudadanos. Es de hecho, un gran instrumento de igualdad de oportunidades y de justicia social. La tecnología siempre lo ha sido. Sin ella es imposible concebir una democracia avanzada.

¿Pero qué datos se introducirán en el sistema? Pues esa es una de las primeras cuestiones que la Sociedad habrá de definir progresivamente. Ahí se entra ya, directamente en el debate ideológico, y ya he dicho que lo que pretendo ofrecer es una herramienta. En cualquier caso, parece evidente que existen unos datos básicos, tales como nombre, apellidos, localidad, fecha de nacimiento, etc. que permitan identificar al ciudadano sujeto de derechos. De los sistemas de seguridad que los preserven no es objeto hablar aquí. Basta con que se cumplan las garantías que en su momento la Sociedad vaya exigiendo mediante el uso de la propia herramienta. Si a mi me preguntaran qué más información habría de introducirse, propondría (otra cosa es que la Sociedad lo considerase oportuno) que se introdujera toda la información confidencial que permitiera saberlo TODO de los colectivos sociales y NADA de los individuos, cuyos datos personales, a parte de los básicos, serían accesibles sólo al interesado y al personal autorizado bajo estricta confidencialidad cuya trasgresión sería uno delito sumariamente castigado. Así podríamos conocer qué estratos sociales (por edad, nivel económico o los que se pudieran imaginar) están de acuerdo con cada medida que se tome y cuáles en contra. En definitiva quién o quiénes nos obligan a asumir tal o cual medida cuando no es la nuestra. Eso me parece fundamental para que los colectivos asuman su responsabilidad social por las decisiones que impongan, en lugar de esconderse tras el conjunto social. Considero que la transparencia es fundamental, aunque ahora me muevo en el terreno de la opinión. La experiencia y el ejercicio de la voluntad social irán determinando el mejor uso de la nueva herramienta. Conceptos como izquierda y derecha quedarán superados. Ya no habrá que “guiar al pueblo” según medidas de esas inclinaciones. Él mismo dirá lo que quiera decir. Cuando entienda que de sus decisiones depende realmente su futuro, se encargará de informarse o delegar en gente competente tal como hace hoy con cualquier otro profesional. ¿O le pregunta usted a su médico o a su panadero si es de izquierdas o de derechas? Lo único que le interesa realmente es si es competente, o no, en la solución de sus problemas. La trascendencia de las decisiones vuelve responsable a la gente y viceversa. Y los políticos tendrán que ser responsables necesariamente. No podrán rehuir, tan fácilmente como ahora, las consecuencias de sus decisiones.

¿Y qué pasará con los nacionalistas y otras ideologías? Pues sencillamente que una herramienta así nos dará en todo momento la dimensión social de cada tendencia política, impidiendo las antidemocráticas maniobras de ingeniería social que los colectivos más cultos, más poderosos económicamente o simplemente mejor situados vienen realizando. Cualquier movimiento político sabrá inmediatamente su peso político real. A partir de ahí, crecer o desaparecer, será sólo cuestión de su competencia política profesional y del interés social del producto que vendan compitiendo en un plano de igualdad. Un verdadero demócrata no puede pedir más.

Juan José Ibáñez

C’s de Sant Cugat

Endavant ciutadans!

P.D. La grandeza de miras siempre ha exigido que el hecho de legislar, o reglamentar, sea un acto general y atemporal. Hacerlo para dar una respuesta interesada a un problema concreto indica poca categoría moral. Si una ley de rango superior establece un derecho sin condicionantes temporales, ningún reglamento podrá imponérselos sin arrastrar por el suelo el prestigio y la autoridad moral del órgano que lo imponga. Ojalá que C’s no caiga en este error. Quien pueda entender que entienda.