jueves, 12 de febrero de 2009

La ilusión y el desencanto

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Cada cual tiene su propia explicación cuando se pierde una ilusión colectiva. No puede ser de otra manera puesto que no deja de ser otra cosa que una suma inmiscible de ilusiones individuales. De la misma manera que una ilusión colectiva se genera por la suma de voluntades embarcadas en lo que de entrada parece un proyecto común, se debilita cuando esas expectativas son defraudadas individuo tras individuo. Es lógico pensar que no todas las voluntades y expectativas pueden ser iguales, pero sí que es imprescindible que tengan un núcleo común que permita la cristalización, a partir de él, del proyecto común integrador. No creo equivocarme mucho si aventuro que el punto de acumulación de la génesis de C’s fue el hartazgo frente al nacionalismo catalán y su imposición lingüista excluyente. Ambos son problemas locales, y por sí solos no podían ser la base de un partido nacional español (que no nacionalista). Sobre ese punto de acumulación cristalizaron unas bases sociales provenientes de todo el arco político, con visiones muy diferentes en todo lo que no fuera estrictamente el núcleo aglutinador citado. Así que muy pronto comenzaron los ¿inevitables? choques en el seno de C’s que todos conocemos, y que han sido causa de su sangría en ilusiones y afiliados hasta llegar a la situación actual, sea ésta la que cada cual quiera ver, pero en todo caso, más débil que en sus orígenes, cuando pretendíamos ser un partido rompedor en continuo crecimiento. Francesc de Carreras nos decía en la memorable mañana del Tívoli:

“Somos un partido nuevo porque tenemos una nueva manera de responder a los viejos problemas, porque creemos que podemos intuir los problemas nuevos y porque estamos en condiciones de aportar nuevas soluciones. Este partido, este nuevo partido, debe marcar una ruptura con el pasado y debe ser diferente a todo lo que hoy existe.”

El problema precisamente era hallar esa manera de ser diferente. Luego vino el debate sobre nuestra definición ideológica, con tan funestas consecuencias en el 2º Congreso, protagonizado, entre otros, por el propio Carreras, que parecía haber olvidado sus propias palabras del mismo discurso:

“Y será también un partido nuevo porque no debe agregarse a las tradiciones preexistentes, a las viejas tradiciones preexistentes, no debe ser un partido a la derecha, a la izquierda o equidistante de los actuales partidos.”

Y así debería haber sido, porque lo importante no era la definición ideológica del partido, que cercenaría necesariamente parte de sus bases en un conglomerado humano tan diverso como éramos, sino cómo se afrontarían y solucionarían los problemas reales de la gente, porque si encontramos soluciones distintas a las actuales –tan ideologizadas- dejaríamos de ser de izquierda o de derecha para ser simplemente eficaces o no. ¿No es cierto? Y hubiéramos empezado a ser distintos. Pero ahí, pienso yo, y en toda la batalla interna que concluyó en el 2º Congreso, empezamos a perder los orígenes y la frescura para empezar a copiar de lo existente y a ser otro partido de tantos. Producto viejo en definitiva.

Y a partir de aquí sólo daré mi visión subjetiva de algunos de los hechos que han tenido que ver con el camino seguido por C’s hasta su estado actual. Vaya por delante que no me gusta escribir desde la desilusión. Confieso que soy uno de los desilusionados, a pesar de que me molesta muchísimo que los objetivos iniciales del proyecto (aunque sólo fueran los dos citados), se pierdan ilusión a ilusión, gota a gota, con cada afiliado desanimado, o peor aún, con cada afiliado que se va. La desilusión es una posición desde la que es muy difícil aportar nada positivo o ser simplemente objetivo. Sin duda por eso me ha costado tanto volver a escribir algo, pero de alguna manera, también mi experiencia puede servir de motivo de análisis aunque sólo sea la de un caso particular. Así que renuncio de antemano a cualquier reproche a nadie en concreto. Sólo faltaría que contribuyera a desanimar a alguno de los que continúan trabajando, sea cual sea su acierto.

Los que me conocen saben de mis intentos de hacer un partido diferente. No es una cosa que me venga de nuevo, puesto que mucho antes de que apareciera C’s, y harto de la prepotencia de nuestros políticos, ya había pensado mucho sobre lo que como ciudadano esperaría de políticos que fueran verdaderos representantes, porque a los que tenemos ahora reconocerles ese título es, como mínimo, un sarcasmo. Como profesional liberal y representante de mis clientes, siempre he carecido de cualquier poder sobre ellos, que no me otorgara mi propia competencia y su confianza permanentemente renovada. En esa mentalidad me he educado y no deseo ningún otro poder porque poseerlo desvirtuaría la propia concepción de mi capacidad profesional y seguramente acabaría con ella. Salvar la distancia entre el trabajo de un profesional, sujeto a la competencia y al continuo refrendo de sus clientes, y el de un político no es sencillo, pero tengo meridianamente claro que ése es el camino que un partido renovador debería emprender: buscar el continuo contacto con sus representados para que éstos le digan, como cualquier cliente, lo que quieren que hagan. Los políticos sólo deberían ser los profesionales responsables que saben cómo hacerlo e informan de su factibilidad y coste para que los ciudadanos digan la última palabra que oriente su trabajo. El problema, y la excusa para no hacerlo, es la dificultad de sintetizar millones de voluntades en tiempo real. Este problema es actualmente resoluble mediante la informática. Lo expuse en este mismo blog en los cuatro escritos de “Otro sistema es posible“. Están ahí a disposición de quien lo desee.

Es evidente que todo cambio es mejor que se produzca mediante una transición no traumática, por eso hablé de otras medidas claramente diferenciadoras, como “la iniciativa 5x1, o voto económico”, también en este blog, que en estos tiempos de crisis podría estar haciendo famoso a nuestro partido como adalid de una auténtica –y sencilla-, iniciativa de transmisión de poder real desde el gobierno a la ciudadanía. También, cuando no éramos nadie y nada teníamos que perder, propuse, sin éxito, que nuestro partido se autofinanciara (lo estábamos haciendo de hecho), renunciando a la financiación pública, porque como dije entonces (2006), cuando un partido de escasa representación, como el nuestro, acepta las reglas de juego de sus rivales, muy superiores en estructura, no le queda sino perder. Por cada euro que recibamos nosotros del erario, los otros recibirán cientos. Nos laminarán en cualquier terreno en que les presentemos batalla convencional, y además con todo el derecho que les dan las reglas del juego que hemos aceptado. Nosotros, democráticamente, debemos romperlas e instaurar otras que dejen obsoletas sus estructuras. Debemos ser audaces e invertir la situación. Hacer de nuestra debilidad fuerza, y de su fuerza debilidad.

Pero nos apresuramos a coger nuestro plato de lentejas (por nuestros tres diputados), cuando ése era precisamente el momento de predicar con el ejemplo, lo que nos hubiera dado una proyección mediática de millones de euros de valor equivalente, a parte de dejar en falso a los demás partidos, prisioneros hasta las cejas de la financiación pública. Y las aportaciones de los nuevos afiliados a un partido, que hubiera dado trigo además de predicar, habrían compensado ampliamente el coste de la renuncia. Sólo había que saber esperar.

Y propuse otras muchas maneras distintas de hacer las cosas, todas ella pensadas desde la mentalidad del ciudadano que paga el servicio que solicita y que por lo tanto debería mandar. Están todas a disposición del partido, enterradas en algún cajón. También otros compañeros aportaron ideas innovadoras. Conozco especialmente el trabajo hecho en Galicia para presentarse a las próximas elecciones de marzo con un proyecto sencillo y económico que sólo tuvo trabas (por ejemplo tres posposiciones del CG hasta su final desestimación en un CG extraordinario, minoritario, y como de tapadillo), y otras que no ha lugar citar aquí, pero que al final desanimaron a la parte más viva de nuestros compañeros en Galicia. Y sin embargo todos sabemos que la peor derrota es no estar, como demuestra nuestro disgusto cuando ni siquiera nos clasificamos para un mundial de fútbol, por ejemplo. Sabemos que es peor no estar que ser eliminados a la primera. Por lo menos se enteran de que existimos y que plantamos cara. Y el trabajo de un partido es luchar por el poder político, no discutir problemas internos. O se aspira al poder o no se sirve a las bases al reconocer que nunca podrá atenderlas.

Pero ni el fracaso de otras iniciativas compartidas, ni de las mías, podría desanimarme. Conozco las reglas del juego y sé que hay que esperar los tiempos, explicar las propuestas y en definitiva venderlas. El juego político dentro del partido podrá haber sido más o menos elegante, quizás mezquino en alguna ocasión, pero en todo momento ha sido democrático y se ha de aceptar. Nada que objetar por ese lado, puesto que nuestros representantes son legítimos y sus decisiones, acertadas o no, son igualmente legítimas. No me han entregado al desánimo, por tanto, mis fracasos personales en el partido ni los compartidos con los compañeros con los que he trabajado. Lo que realmente me ha rendido, hasta mejor ocasión, es comprender que en todas las corrientes que se mueven en nuestro partido he encontrado el mismo defecto: el afán irreductible de controlarlo todo. Justamente el defecto fundamental de cualquier forma de poder, y que yo pretendo combatir. Puedo compartir objetivos con muchas personas, y así ha sido efectivamente, pero parecemos incapaces de liberarnos del estigma del poder, ése que dice que si no lo controlas lo pierdes, lo cual en este sistema es probablemente verdad. Y pondré sólo un par de ejemplos, uno de cada lado para repartir. Una parte importante de la afiliación activa de C’s, entre la que me encuentro, ha derrochado inútilmente una gran cantidad de energía en la promoción de un Congreso Extraordinario (CEx), supuestamente para encarrilar el partido. Otra gran parte de sus militantes activos la ha gastado en oponerse con todas sus fuerzas. Mientras tanto la casa sin barrer. Una sencilla pregunta a la militancia en la web habría resuelto el problema tras un breve debate y exposición de motivos. Pero eso sería ceder poder a los militantes (perder el control en definitiva por parte de los que “dicen servirnos”), y la Ejecutiva no quiso arriesgarse. Así que se mantuvo el pulso desde los órganos legítimos, donde el control era más previsible, al margen de lo que pudiera convenir al partido.

Pero vayamos a la otra parte. Se pedía un CEx, pero no se sabía muy bien para qué. En cualquier caso había un manifiesto impulsado por dos diputados, que a poco cedieron el protagonismo por voluntad, y un montón de iniciativas individuales, de modo que nadie sabía muy bien para qué se pedía. Estaban desde los que querían la dimisión de la Ejecutiva hasta los que como yo, sólo pretendíamos una convocatoria de proyectos políticos, tras cuyo debate, la afiliación decidiera si alguno de ellos merecía realizar el CEx. Congreso constructivo le decía reiteradamente en este blog. Lo cierto es que de acuerdo con nuestra idiosincrasia, teníamos casi tantas opiniones como afiliados. Y finalmente, cuando conseguimos reunirnos más de setenta personas en una especie de mini-congreso definitorio de objetivos (eso creía), fue imposible plantear un estudio de posibilidades para que los afiliados presentes votaran qué tipo de CEx querían. Todo se perdió en inútiles debates. También en la, llamémosle oposición, se teme preguntar al afiliado.

Y podría seguir con muchos más ejemplos, sintomáticos de este defecto congénito de la partitocracia actual, del cual muchas veces, personas muy inteligentes y honradas no son ni conscientes. Y yo mientras tanto, predicando en el desierto para lograr, no ya que nuestros representantes nos pregunten algo de vez en cuando, cuando ellos quieran, sino que nosotros podamos descolgar, cuando nos de la gana, el teléfono social que he propuesto en este blog, para decirles a nuestros representantes –esta vez sí- en qué queremos que inviertan su capacidad intelectual para resolver nuestros problemas. Eso sí que es producto nuevo. Y yo afirmo que hoy es posible hacerlo.

Así que como militante, y en vista de mi incapacidad para hacer entender mi proyecto, sólo puedo dejar el sitio a gente que quiera trabajar en cualquier otro, desearle suerte y apoyar razonablemente su trabajo si lo comparto de algún modo. Y como mínimo no estorbar. Desde luego los partidos clásicos pueden hacer cosas buenas y las han hecho, pero partidos clásicos ya teníamos, y para mí el sistema está agotado. Un amigo mío de Galicia, también de los que se han dejado las ilusiones por el camino, me dice que la actual crisis no es económica sino del Sistema. Como en la URSS de la caída del muro en el 89. Sólo que ésta tenía el sistema occidental de libre mercado como recambio, en cuyos brazos se arrojó sin paracaídas, pero nosotros no tenemos ni eso, así que tendremos que inventarlo. En eso ando yo todavía, empeñado en recordarles a los políticos que no son nuestros gobernantes sino nuestros servidores. Hacer esto realidad ha sido el objeto de toda mi actividad política en C's. Para ello sólo hace falta crear la herramienta (y sé cuál es). Ningún partido en el poder, o que copie de ellos, lo hará nunca. Sólo un nuevo partido dispuesto a romper la baraja y jugar con otras reglas podría conseguirlo con la sencilla ecuación de la Revolución Francesa: -Me convierto en el paladín (entonces la burguesía, ahora un partido antagónico a lo existente) de quitar el poder al estamento gobernante (entonces la nobleza, hoy los partidos más el poder económico) para transferírselo a la ciudadanía de modo efectivo. Sólo hace falta audacia, inteligencia y ambición. En definitiva grandeza. Porque digan lo que digan los salvapatrias, manipuladores y déspotas (ilustrados o no), hay una verdad irrefutable: el poder nace y se genera en la ciudadanía. Sin ella no existe. Sólo hay que hacerla consciente y de un manotazo lo barrería todo. Lo demás, mejor o peor llevado, es más de lo mismo.

Juan José Ibáñez

C’s de Sant Cugat

Endavant Ciutadans!

PD: No quisiera terminar sin definir mi posición sobre la UPyD. Al margen de los méritos o deméritos de sus dirigentes, se trata de un partido con una estructura bastante menos democrática que la de C’s, aunque nosotros no utilicemos muchos de los recursos estatutarios que podrían hacer, del nuestro, un partido rompedor. Eso es posible todavía aunque no probable. UPyD es un partido clásico y C’s apunta a funcionar, a todos los efectos, como si lo fuera. Hubiera sido magnífico que la gente de UPyD, antes de su nacimiento, se hubiese integrado en C’s, porque compartimos muchos objetivos y el mensaje de desunión que transmitimos en su día hizo mucho daño a ambas formaciones. Hubo un momento en que esa integración fue posible, pero no se supo o no se quiso hacer. Hubiera bastado, y bastaría todavía, un Congreso de integración donde el protagonismo lo tuvieran las bases, que intuyo que siempre desearon la conjunción. En cualquier caso, estamos condenados a confluir o a fracasar ambos partidos, al margen de algún éxito esporádico. Somos partidos pequeños que o bien integramos con firmeza o no saldremos de la marginalidad. A corto plazo, y ya que no nos presentaremos en Galicia ni en el País Vasco, como mínimo deberíamos hacer acto de presencia pegando unos carteles que digan algo así como: “Vota UPyD mientras no puedas votar Ciudadanos”. Al menos que se sepa que existimos y que tenemos la voluntad de presentar batalla política en cuanto podamos. Y a las europeas, debemos ir coaligados. No hay excusa.

Y al tercer Congreso de C’s (cuanto antes mejor), deberían invitarse a todos los afiliados. Nada de compromisarios. Somos un número razonable. De este modo sabríamos realmente lo que desean los militantes sin posibilidad de reserva mental alguna. Sabríamos dónde estamos y a qué atenernos sin falsas expectativas.