sábado, 5 de julio de 2008

EL TELÉFONO SOCIAL


Pensaba dejar ya de lado la serie Otro Sistema es posible, pero las preguntas que me plantean algunos amigos me hacen ver que lo que a mi me parece evidente -por las vueltas que le he dado a este asunto- no lo es en absoluto para los que se acercan por primera vez a mi propuesta de crear un motor informático que convierta la actualmente inexistente comunicación entre representantes y representados en un diálogo de dos: de un lado cualquier ciudadano; del otro representantes y resto de la sociedad. De ese motor, que llamaré teléfono social porque pretende realizar el mismo servicio que aporta un teléfono corriente a las relaciones entre clientes y profesionales, es preciso hacer notar, en primer lugar, que no es una propuesta ideológica, sino técnica y material, como el mismo aparato que pretende imitar.

Algunos han considerado mi objetivo utópico, iluso, buenista, “demasiado democrático” o directamente imposible, pero mi punto de partida es de lo más prosaico y racional: se basa en la constatación (la pela es la pela, que dirían por aquí) de que el mundo no cambia, básicamente, por motivos ideológicos sino por motivos materiales. Nos gusta creer lo contrario, pero no es así. No quiero salirme del asunto que nos ocupa, así que no pretenderé demostrarlo. Simplemente lo cito como referencia. No será difícil admitirme, al menos, que la invención del teléfono cambió el mundo porque abrió la puerta a posibilidades insospechadas. Lo mismo hizo el ordenador. Y quiero recalcar que ni uno ni otro aparato son ideológicos sino materiales, aunque evidentemente, por ellos se puede transmitir cualquier ideología. Pero ése no es mi cometido.

Si creamos la herramienta y logramos que se imponga, ¡la política habrá cambiado! Las posibilidades son infinitas e imprevisibles. Quien se acaba de acercar a mi propuesta reaccionará con el mismo escepticismo con que se miraban los primeros teléfonos. Es paradigmática la frase conque la Western Union (la compañía que dominaba el mercado telegráfico en el siglo XIX en los Estados unidos) despreció (y perdió) el negocio del teléfono: -“Este aparato llamado teléfono tiene demasiados problemas para ser seriamente considerado como un medio de comunicación, el aparato no tiene ningún valor inherente para nosotros. (Western Union, Internal Memory 1876)”

Tengo la esperanza de que los grandes partidos establecidos reaccionen de modo parecido cuando C’s, si tiene la osadía, promueva un instrumento como el que propongo. Ni que decir tiene que los primeros modelos de teléfono eran elementales. Incluso se hablaba y escuchaba por el mismo dispositivo, pero eso no fue problema para que Alexander Graham Bell, entonces un científico más, se hiciera con el mercado.

Olvidemos, de momento, las dificultades técnicas para crear un instrumento así e intentemos caminar un poco por ese mundo de nuevas posibilidades que nos abriría. En primer lugar he de decir que la herramienta que propongo no decide nada. Esa tarea seguirá siendo de las personas. La herramienta sólo procesa millones de opiniones en tiempo real y las presenta de la manera que el usuario desea. La manera en que lo haga dependerá de la capacidad de los sistemas de interpretar el lenguaje. Hoy por hoy bastaría con que cualquiera pudiera introducir y responder preguntas sencillas. Esto impide la manipulación habitual que permite a los políticos preguntar, si es que lo hacen, sólo lo que quieren, sólo cuando quieren y sólo como quieren. El ejemplo que describo en Otro Sistema es posible (II) es suficientemente ilustrativo. El objetivo es que los ciudadanos (los clientes) puedan orientar la acción política de sus representantes según su interés y en tiempo real. Exactamente igual a como hace el cliente con cualquier profesional que contrata en todos los aspectos de la vida real, mediante un simple teléfono.

¿Qué consecuencias tendría una herramienta así? Como dije, sólo el tiempo permitirá columbrarlas en toda su magnitud, pero muchas de ellas se intuyen sin mucho esfuerzo. La posibilidad de orientar, en tiempo real la acción política cambiará, por ejemplo, la forma de plantear las elecciones. No tendrá sentido que los políticos “prometan” esto o aquello porque los ciudadanos ya podrán decirles, oportunamente, lo que deben o no deben hacer. Más bien deberán utilizar su energía en justificar su competencia. Esto acabará con infinitas demagogias.

Otra consecuencia fundamental es que una herramienta así eliminaría la acción de gobierno en su concepto actual, que pasaría al conjunto social, convirtiendo a los políticos en verdaderos profesionales al servicio social, haciendo verdad, también en política, el dicho de que quien paga manda. Pero además, como las necesidades sociales se manifiestan a todos los niveles, humanos, materiales y geográficos, una herramienta así posibilitaría la aparición de oficinas u organizaciones políticas de diverso nivel, que por propio interés, ofrecerían sus servicios políticos a la ciudadanía para solucionar problemas concretos, sin conexión entre sí, en libre competencia, posibilitando así la aparición de una estructura política en red, a imagen de la propia sociedad y de la oferta de servicios civiles que la hacen funcionar. Los ciudadanos de un determinado nivel o entorno podríamos comenzar a recibir “ofertas” para la solución de problemas concretos. Comenzaría a habilitarse la posibilidad de gestionar progresivamente los propios impuestos. Hasta el mismo concepto de elecciones periódicas acabaría siendo obsoleto, ya que el concepto de proyecto completado pasaría a ser más significativo que el propio plazo actual entre plebiscitos, y además, la tarea política no tendría la estructura piramidal actual, ya que los políticos se moverían en entornos de poder adecuados a la magnitud de los proyectos que se les encargaran. Pensar que la política del futuro se pudiera parecer a la de hoy sería como pensar que la sociedad actual habría de ser equivalente a aquella en que no existía el teléfono. Las nuevas posibilidades conformarán el futuro.

Pero existe otro efecto fundamental de esa herramienta. Ya describí que sería posible ofrecer opiniones sobre cualquier asunto, disponibles para el resto de los ciudadanos. Se abre así la posibilidad de que quien tenga ideas las pueda ofrecer al conjunto social independientemente de sus medios de cuna. Lo bueno, como los buenos libros, acabará saliendo a flote. Queda abierto el camino al mérito independientemente de los medios o padrinos de que se pudiera disponer.

Así que esa herramienta, además de ofrecerle a usted, ciudadano, un teléfono particular para orientar la labor de sus representantes políticos, le posibilita también un campo de creatividad para sus propias inquietudes en plano de igualdad con el resto de sus conciudadanos. Es de hecho, un gran instrumento de igualdad de oportunidades y de justicia social. La tecnología siempre lo ha sido. Sin ella es imposible concebir una democracia avanzada.

¿Pero qué datos se introducirán en el sistema? Pues esa es una de las primeras cuestiones que la Sociedad habrá de definir progresivamente. Ahí se entra ya, directamente en el debate ideológico, y ya he dicho que lo que pretendo ofrecer es una herramienta. En cualquier caso, parece evidente que existen unos datos básicos, tales como nombre, apellidos, localidad, fecha de nacimiento, etc. que permitan identificar al ciudadano sujeto de derechos. De los sistemas de seguridad que los preserven no es objeto hablar aquí. Basta con que se cumplan las garantías que en su momento la Sociedad vaya exigiendo mediante el uso de la propia herramienta. Si a mi me preguntaran qué más información habría de introducirse, propondría (otra cosa es que la Sociedad lo considerase oportuno) que se introdujera toda la información confidencial que permitiera saberlo TODO de los colectivos sociales y NADA de los individuos, cuyos datos personales, a parte de los básicos, serían accesibles sólo al interesado y al personal autorizado bajo estricta confidencialidad cuya trasgresión sería uno delito sumariamente castigado. Así podríamos conocer qué estratos sociales (por edad, nivel económico o los que se pudieran imaginar) están de acuerdo con cada medida que se tome y cuáles en contra. En definitiva quién o quiénes nos obligan a asumir tal o cual medida cuando no es la nuestra. Eso me parece fundamental para que los colectivos asuman su responsabilidad social por las decisiones que impongan, en lugar de esconderse tras el conjunto social. Considero que la transparencia es fundamental, aunque ahora me muevo en el terreno de la opinión. La experiencia y el ejercicio de la voluntad social irán determinando el mejor uso de la nueva herramienta. Conceptos como izquierda y derecha quedarán superados. Ya no habrá que “guiar al pueblo” según medidas de esas inclinaciones. Él mismo dirá lo que quiera decir. Cuando entienda que de sus decisiones depende realmente su futuro, se encargará de informarse o delegar en gente competente tal como hace hoy con cualquier otro profesional. ¿O le pregunta usted a su médico o a su panadero si es de izquierdas o de derechas? Lo único que le interesa realmente es si es competente, o no, en la solución de sus problemas. La trascendencia de las decisiones vuelve responsable a la gente y viceversa. Y los políticos tendrán que ser responsables necesariamente. No podrán rehuir, tan fácilmente como ahora, las consecuencias de sus decisiones.

¿Y qué pasará con los nacionalistas y otras ideologías? Pues sencillamente que una herramienta así nos dará en todo momento la dimensión social de cada tendencia política, impidiendo las antidemocráticas maniobras de ingeniería social que los colectivos más cultos, más poderosos económicamente o simplemente mejor situados vienen realizando. Cualquier movimiento político sabrá inmediatamente su peso político real. A partir de ahí, crecer o desaparecer, será sólo cuestión de su competencia política profesional y del interés social del producto que vendan compitiendo en un plano de igualdad. Un verdadero demócrata no puede pedir más.

Juan José Ibáñez

C’s de Sant Cugat

Endavant ciutadans!

P.D. La grandeza de miras siempre ha exigido que el hecho de legislar, o reglamentar, sea un acto general y atemporal. Hacerlo para dar una respuesta interesada a un problema concreto indica poca categoría moral. Si una ley de rango superior establece un derecho sin condicionantes temporales, ningún reglamento podrá imponérselos sin arrastrar por el suelo el prestigio y la autoridad moral del órgano que lo imponga. Ojalá que C’s no caiga en este error. Quien pueda entender que entienda.

1 comentario:

alfredo dijo...

Yo también considero racional y lógico tus propuestas. El sistema político está anclado en lo viejo y arcaico. Es hora de cambios progresivos en él, de salir del servilismo , dirigismo y pasividad consideradas realistas.
Un saludo desde Madrid. Como siempre, de acuerdo con tu visión.