Pretendía continuar con la Teopolítica cuando he aquí que la realidad me pone un ejemplo impagable de ella. Así que mejor aprovecharlo ahora, y ya seguiré después, puesto que el objeto de todo mi esfuerzo es hacer evidente lo injusto y absurdo de la manera actual de hacer política.
El pasado jueves o viernes, no estoy seguro, el Gobierno de Cataluña nos avisó, con cuatro días de antelación, que a partir del lunes, 31 de marzo, no se podrán regar los jardines, a la vez que se amenaza con multas de entre 50 a 3000 euros a los infractores y se invita a los ciudadanos a denunciarlos. Hasta aquí lo hechos y las maneras, pero... ¿Puede un Gobierno ordenar a sus ciudadanos que destruyan su propiedad privada y multarlos si no lo hacen?
Las circunstancias eran previsibles, el Gobierno lo sabía y el ciudadano, como de costumbre, nada podía decir. Los políticos decidieron según sus intereses y ahora debemos pagar sin exigir responsabilidades. ¡Perfecto! Nuestros pequeños jardines, con aquellas plantas, cuidadas con mimo, que tardaron años en crecer deben morir. Pero también las empresas de jardinería, y las que venden flores y todo tipo de plantas se verán perjudicadas, y habrán de cerrar o aguantar como se pueda. Y no digamos la propiedad pública de miles de jardines y millones de plantas, con sus cientos o miles de jardineros, que cuestan tanto dinero al contribuyente y proporcionan solaz y descanso visual en mitad de tanto asfalto. Todo eso también debe morir, y todo lo invertido perdido. Ahora resulta que las plantas son una frivolidad prescindible. Y no hay ningún responsable. ¡Teopolítica en estado puro!
Pero lo más hiriente es la insolencia con que te anuncian la medida. ¡Nada de pedir perdón por el daño! ¡Nada de ofrecer responsabilidades! Es más fácil intentar amedrentar, y al mismo tiempo que te anuncian la mala nueva, te piden que destruyas lo que es tuyo y te amenazan con castigos. A nosotros sí, y no a ellos, que dicen que nos sirven. A ver si con el ruido de la amenaza nos olvidamos de quiénes son los verdaderos culpables. Atrás quedan años de amagos y avisos de sequías sin hacer nada. Declaraciones inquebrantables de un Ebro que nunca se transvasaría en su desembocadura, sostenidas por los mismos que ahora quieren quitarle el agua en la cabecera de uno de sus afluentes. ¿Pero en qué quedamos? ¿Es que pensaron que nunca faltaría realmente el agua y podrían hacer impunemente demagogia de un asunto de primera necesidad? Parece evidente que así fue.
Y no es que yo sea partidario de transvasar los ríos ni en sus fuentes ni en sus desembocaduras. No creo que a los deltas, ni a sus peces, les sienten bien. ¿Y qué culpa tienen ellos de las cosas de los hombres? Mucho, y sin excusa, se podría haber hecho antes. Lo primero arreglar la red de distribución para evitar pérdidas. Después racionalizar todos los sistemas de riego. Sin olvidar que año si, año también, tenemos dañinas avenidas que tiran el agua al mar en grandes y pequeños ríos. ¿No se podrían haber construido pequeños embalses de acumulación en el curso de tanta riera seca que atraviesan ciudades y pueblos a los que inundan con frecuencia? ¿No se podría estar recogiendo el agua de las grandes avenidas, como la de estos mismos momentos en el Ebro? (Más de mil metros cúbicos por segundo este fin de semana.)
Pero es que una cosa es transvasar y otra canalizar las perniciosas avenidas. Todo lo que Cataluña necesita en estos momentos se está tirando por el Ebro sin beneficio para nadie. Y todo eso antes de hablar de desalar agua de mar. Pero es que además, el agua no se gasta. ¡El agua se ensucia! Reciclarla es mucho más barato que desalarla. Y se podría hacer que quien ensucia pague. Y ningún agua sucia debería ensuciar agua limpia. Todo debería ser reciclado. En realidad, la fabricación, la limpieza y el reciclado debería ser un proceso industrial de ciclo cerrado inserto en el proceso económico y su coste incluido en el producto. Pero exigir el coste ecológico de cualquier producto, hacer embalses de acumulación o reparar la red no da portadas y no es popular. Es necesario pero no popular, y el teopolítico se sirve a sí mismo en primer lugar. Sin embargo no tienen vergüenza de pedirte que denuncies a tu vecino, (se supone que bajo anonimato), como en tiempos de la Inquisición. Así luego podrás seguir saludándolo en la escalera. Y si por ejemplo, una familia decide ducharse en lugar de bañarse… ¿No podría regar con esa agua ahorrada su jardín? ¿Pero sí podría gastarla en la bañera? ¡Lo dicho! Cortina de humo para amedrentar, distraer la atención y acallar las quejas. ¡Teopolítica! Y por otra parte el agua de riego de jardines es un porcentaje ridículo del total. Eso no solucionaría el problema, aunque se llevara a rajatabla, pero se presta a la demagogia. ¡La culpa es de sus geranios señora!
Sólo hace unos meses, también en Barcelona, mucha gente se vio sin suministro eléctrico durante varios días. En aquellas circunstancias el Gobierno Autonómico responsabilizó a las compañías eléctricas y se exigieron indemnizaciones. ¿Se imaginan que las compañías hubieran pretendido multar a los ciudadanos por no restringir su consumo para evitar las sobrecargas? Y todo ello tras años de avisos y síntomas inequívocos de que las necesidades crecían sin que se hiciera nada para remediarlo. ¿Por qué con el agua ha de ser distinto? ¿No es un servicio básico como la electricidad? ¿No será porque el Gobierno (que dice que nos sirve) no es, ni quiere ser, ni funcionar, como una empresa real de servicios? En la vida real son los profesionales los que ajustan su agenda a las necesidades de los clientes y no al revés. Y nunca se atreverían a responsabilizarlos de sus imprevisiones, y menos aún, si son consecuencia de anteponer sus intereses. ¡Créanme! No existe ninguna ley natural que obligue a que las cosas sean como son. Todo esto puede ser cambiado.
Las circunstancias eran previsibles, el Gobierno lo sabía y el ciudadano, como de costumbre, nada podía decir. Los políticos decidieron según sus intereses y ahora debemos pagar sin exigir responsabilidades. ¡Perfecto! Nuestros pequeños jardines, con aquellas plantas, cuidadas con mimo, que tardaron años en crecer deben morir. Pero también las empresas de jardinería, y las que venden flores y todo tipo de plantas se verán perjudicadas, y habrán de cerrar o aguantar como se pueda. Y no digamos la propiedad pública de miles de jardines y millones de plantas, con sus cientos o miles de jardineros, que cuestan tanto dinero al contribuyente y proporcionan solaz y descanso visual en mitad de tanto asfalto. Todo eso también debe morir, y todo lo invertido perdido. Ahora resulta que las plantas son una frivolidad prescindible. Y no hay ningún responsable. ¡Teopolítica en estado puro!
Pero lo más hiriente es la insolencia con que te anuncian la medida. ¡Nada de pedir perdón por el daño! ¡Nada de ofrecer responsabilidades! Es más fácil intentar amedrentar, y al mismo tiempo que te anuncian la mala nueva, te piden que destruyas lo que es tuyo y te amenazan con castigos. A nosotros sí, y no a ellos, que dicen que nos sirven. A ver si con el ruido de la amenaza nos olvidamos de quiénes son los verdaderos culpables. Atrás quedan años de amagos y avisos de sequías sin hacer nada. Declaraciones inquebrantables de un Ebro que nunca se transvasaría en su desembocadura, sostenidas por los mismos que ahora quieren quitarle el agua en la cabecera de uno de sus afluentes. ¿Pero en qué quedamos? ¿Es que pensaron que nunca faltaría realmente el agua y podrían hacer impunemente demagogia de un asunto de primera necesidad? Parece evidente que así fue.
Y no es que yo sea partidario de transvasar los ríos ni en sus fuentes ni en sus desembocaduras. No creo que a los deltas, ni a sus peces, les sienten bien. ¿Y qué culpa tienen ellos de las cosas de los hombres? Mucho, y sin excusa, se podría haber hecho antes. Lo primero arreglar la red de distribución para evitar pérdidas. Después racionalizar todos los sistemas de riego. Sin olvidar que año si, año también, tenemos dañinas avenidas que tiran el agua al mar en grandes y pequeños ríos. ¿No se podrían haber construido pequeños embalses de acumulación en el curso de tanta riera seca que atraviesan ciudades y pueblos a los que inundan con frecuencia? ¿No se podría estar recogiendo el agua de las grandes avenidas, como la de estos mismos momentos en el Ebro? (Más de mil metros cúbicos por segundo este fin de semana.)
Pero es que una cosa es transvasar y otra canalizar las perniciosas avenidas. Todo lo que Cataluña necesita en estos momentos se está tirando por el Ebro sin beneficio para nadie. Y todo eso antes de hablar de desalar agua de mar. Pero es que además, el agua no se gasta. ¡El agua se ensucia! Reciclarla es mucho más barato que desalarla. Y se podría hacer que quien ensucia pague. Y ningún agua sucia debería ensuciar agua limpia. Todo debería ser reciclado. En realidad, la fabricación, la limpieza y el reciclado debería ser un proceso industrial de ciclo cerrado inserto en el proceso económico y su coste incluido en el producto. Pero exigir el coste ecológico de cualquier producto, hacer embalses de acumulación o reparar la red no da portadas y no es popular. Es necesario pero no popular, y el teopolítico se sirve a sí mismo en primer lugar. Sin embargo no tienen vergüenza de pedirte que denuncies a tu vecino, (se supone que bajo anonimato), como en tiempos de la Inquisición. Así luego podrás seguir saludándolo en la escalera. Y si por ejemplo, una familia decide ducharse en lugar de bañarse… ¿No podría regar con esa agua ahorrada su jardín? ¿Pero sí podría gastarla en la bañera? ¡Lo dicho! Cortina de humo para amedrentar, distraer la atención y acallar las quejas. ¡Teopolítica! Y por otra parte el agua de riego de jardines es un porcentaje ridículo del total. Eso no solucionaría el problema, aunque se llevara a rajatabla, pero se presta a la demagogia. ¡La culpa es de sus geranios señora!
Sólo hace unos meses, también en Barcelona, mucha gente se vio sin suministro eléctrico durante varios días. En aquellas circunstancias el Gobierno Autonómico responsabilizó a las compañías eléctricas y se exigieron indemnizaciones. ¿Se imaginan que las compañías hubieran pretendido multar a los ciudadanos por no restringir su consumo para evitar las sobrecargas? Y todo ello tras años de avisos y síntomas inequívocos de que las necesidades crecían sin que se hiciera nada para remediarlo. ¿Por qué con el agua ha de ser distinto? ¿No es un servicio básico como la electricidad? ¿No será porque el Gobierno (que dice que nos sirve) no es, ni quiere ser, ni funcionar, como una empresa real de servicios? En la vida real son los profesionales los que ajustan su agenda a las necesidades de los clientes y no al revés. Y nunca se atreverían a responsabilizarlos de sus imprevisiones, y menos aún, si son consecuencia de anteponer sus intereses. ¡Créanme! No existe ninguna ley natural que obligue a que las cosas sean como son. Todo esto puede ser cambiado.
Juan José Ibáñez
C’s de Sant Cugat
Endavant ciutadans!
P.D. El próximo sábado, día 5, el CG nos presentará el nuevo plan de acción de la ejecutiva. Tengo curiosidad por saber si nos preguntarán la opinión que nos merece a las bases o si simplemente nos dirán: -¡Esto es lo que hay señores!