Lenguas o ciudadanos. ¡Esa es la cuestión! Se ha escrito tanto sobre los problemas que por esa causa se plantean en las comunidades bilingües de nuestro país que prácticamente es imposible decir algo nuevo sobre ello, como no sea organizar lo dicho y seguir insistiendo; única manera por la que la razón y la justicia pueden acabar imponiéndose. El último texto ha sido el “Manifiesto por la Lengua Común”, que se puede leer en la siguiente dirección o buscando ese título en internet:
http://www.ciudadanos-cs.org:
Desde los primeros años de la llamada “normalización lingüista” en Cataluña, que en su inicio apoyé, ya descubrí como muchos otros su verdadera intención oculta, hoy ya reconocida sin pudor por los propios normalizadores: imponer el catalán como única lengua oficial en Cataluña (han tenido éxito total salvo en Justicia, ¿por qué será?) y reducir la importancia del castellano al nivel del de una lengua extranjera (han fracasado estruendosamente), y mejor si en ese papel lo sustituye el inglés.
Pronto comprendí que a ese objetivo se supeditaba todo, incluida la verdad y la justicia, siempre disfrazadas hábilmente de ayudar al catalán a recuperarse de pasadas e innegables injusticias (no tienen un pelo de tontos los normalizadores). Hasta la “discriminación” positiva que promovieron y promueven –figura altamente sospechosa- pude tragar durante un tiempo. Por donde no pasé fue por el acoso a los derechos de los castellanohablantes. Ayudar a algo o a alguien, no tiene por qué relacionarse con limitar a algo o a alguien, a menos que el objetivo final sea suplantarlos.
En esa sorda batalla he podido ver mentiras y falacias sin cuento, ahora renovadas por las vergonzosas manipulaciones de muchos artículos en la prensa que he leído en respuesta a lo que no se dice en el “Manifiesto por la Lengua Común”, siguiendo la vieja táctica de descalificar un documento cuyo lectura se dificulta, en lo que se puede, al no adjuntarlo, a sabiendas de que la mayoría no lo leerá y se quedará con la manipulación. (En C’s nunca haríamos eso ¿verdad?)
Es importante diferenciar claramente el marco de discusión: si el problema se plantea como discrepancias entre dos lenguas, el catalán siempre aparecerá como la parte débil y la víctima que concitará las simpatías de los testigos. Si se enfoca como pleito entre derechos de personas, el matiz anterior carecerá de importancia, y sólo quedará sobre la mesa la razón y la justicia, porque como es sabido, y generalmente admitido, el fin no justifica los medios. Por eso titulo este artículo “Lenguas o Ciudadanos”, porque ése es el verdadero debate, no el de las lenguas, ni el de las patrias, ni el de las culturas, religiones o ideologías, que vendrían a ser lo mismo.
El verdadero debate de nuestro tiempo es decidir si son las personas las que fundamentalmente sirven a los sistemas (es decir si son sacrificables a ellos) o es al revés. Hasta ahora la Historia demuestra que han sido siempre las personas las inmoladas en el altar de los sistemas. Han corrido ríos de sangre por esa causa; y no es una figura retórica. Por eso defender esa posición del pasado, es profundamente reaccionario y avanzar en la defensa de los ciudadanos es el progreso.
Los aguerridos redactores del citado manifiesto no parecen haber hecho esta distinción, quizás por eso han cometido un desliz en su preámbulo, donde dicen:
-“Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana,…”
Después continúan con 5 puntos –el verdadero manifiesto- de puro sentido común con los que nadie se mete, pero la introducción ya sitúa la discusión en el terreno de las lenguas, es decir de los sistemas, en lugar de las personas. Y a ese desliz se agarran desesperadamente los manipuladores para gritar en todos sus medios eso de que “el castellano no corre peligro”, cosa que resulta evidente hasta para el más garrulo de la más remota aldea. Y al ruido de esos tambores se ha ido, otra vez, la defensa de los derechos de los ciudadanos castellanoparlantes por la alcantarilla de los intereses políticos de los nacionalistas de aquí, y de los políticos de allí, sean PP o PSOE, que ya sabemos que nos han clasificado desde siempre como simple moneda de cambio en el juego del poder.
Para mi asombro, y paniaguados aparte, hasta respetados columnistas de prensa que leo asiduamente con placer, por la sensatez de sus valoraciones, se agarran a ese clavo ardiendo que les hemos dado torpemente para descalificarnos y satirizarnos sin piedad. He guardado unos cuanto artículos por si alguna vez tengo fuerzas para hacer un estudio sociológico sobre la capacidad de las emociones y los intereses para enturbiar la razón. El “Todo por la Patria”, conciencias incluidas, sigue muy vigente. Y el íntimo debate, en términos de derechos comunes, por el cual toda persona ha de decidir si antepone sus emociones a la razón o viceversa, está tan avanzado ahora como en la Edad de Piedra, me temo.
Los defensores de los derechos de las personas frente a los de los sistemas no deben caer en el error de hablar de tú a tú con ellos. Deben defender la superioridad de las personas. Éstas existen a pesar de cualquier sistema concreto, que se puede cambiar como un vestido, pero no al revés. Todos los sistemas han sido creados por las personas para ayudarles a vivir mejor de alguna manera, no para servirlos. Luego, los que los manejan, tienen la perversa tendencia a utilizarlos en su interés en primer lugar, convirtiéndolos, por ese camino, en yugo sobre las cabezas de los que le dieron la razón de ser, y a los que, sin embargo, dicen servir.
Así que centremos el discurso. No hablamos de derechos de las lenguas, patrias, culturas, religiones o ideologías sino de derechos de las personas. Algo tan sencillo como el derecho a elegir la lengua oficial de educación de tus hijos, de rotular en el idioma que quieras (oficial o no, esto es personal, no un servicio administrativo), o de relacionarte con la administración. La supervivencia del catalán o del castellano no tiene nada que ver con eso. Y no son incompatibles. Lo que se oculta bajo esa lucha es un sordo combate de intereses y vanidades particulares. De no ser así no existiría ese problema, esencialmente político, llamado “de la lengua.” Así que la próxima vez sería recomendable centrar el discurso en cosas muy sencillas, como las que he citado de ejemplo, y rehuir todo discurso sobre “lenguas”. Dejemos de hablar del catalán y del castellano para hacerlo de los elementales derechos que en nombre de esa discusión se conculcan. Reivindiquemos el derecho de elegir la lengua oficial de aprendizaje, y no hablemos más de la inmersión, por ejemplo. Sólo les hacemos el juego. Abandonemos la grandilocuencia y usemos cosas muy sencillas y personales. Imposibles de manipular ni de negar. El “Manifiesto por la Lengua Común” ha acabado convertido en un panegírico de la victimada lengua catalana. “Una causa de la extrema derecha”, según palabras extractadas, y por tanto manipuladas, de un conocido académico de la lengua, que ha probado así en su carne, la mordedura de la tergiversación malintencionada. Se lo tiene bien merecido por su actitud cobarde ante una situación que conoce perfectamente. ¡Ay de los tibios!
Circula por internet una supuesta carta de un joven independentista. Admitiendo con bienintencionado esfuerzo que sea real y no otra manipulación, es un magnífico ejemplo de la mezcla de derechos de personas y de sistemas que practica hábilmente el nacionalismo. La adjuntaré en un comentario de este artículo para no caer en la misma miseria que les critico a los nacionalistas cuando censuran sistemáticamente la difusión del manifiesto. Así cada cual podrá formar su propia opinión.
Toda la primera parte de la carta se centra en la persona del joven. Es el camino para rodearse de la simpatía, la razón y la justicia. Acaba con la frase:
-Les podría meter un rollo de 25 páginas del porque me siento catalán y no español, pero se lo resumiré en una frase: Porque estamos en el siglo XXI y me da la gana.
Nada que objetar mientras se mueve en el terreno personal. Totalmente de acuerdo con él. Y que sea lo que quiera por supuesto. A partir de ahí la carta gira a la discusión en el terreno de los sistemas. El objeto es aprovechar el “aura de derecho” que se ha creado con la primera parte para justificar sus tesis, donde necesariamente, otros que no son él, por supuesto, no podrán hacer lo que “les de la gana”. Ya estará él para echarlos de su escalera si hace falta.
Continúa con una alusión a viejos fantasmas de la Historia, especialmente la catalana (Felipe V, Primo de Rivera y Franco); manida técnica que obvio porque sin aportar nada al asunto, busca reforzar la mala conciencia de los “invasores” con un efecto paulovniano. Empieza a actuar ya con mala fe, o él mismo es víctima del reflejo de Paulov que le han inculcado.
Después pasa ya definitivamente al terreno de los sistemas, único en el que los nacionalistas puede “argumentar” algo coherente en la defensa de sus tesis (extraigo algunos párrafos):
-Las lenguas son como las especies, hay que protegerlas, la extinción de una lengua, tendría que ser traumática en ojos de cualquier humano (un español, por ejemplo), de lo contrario, este demuestra un racismo lingüístico total, un imperialismo, una poca sensibilidad que creía desaparecida del ciudadano español. No hablamos catalán para molestar. Si no mantenemos el catalán vivo, nadie lo va a hacer por nosotros, nos vemos con esta obligación moral.
Está claro. Él está totalmente de acuerdo en que las personas deben ser sacrificadas a los sistemas. En apoyo de su tesis nos abruma con una buena dosis de insultos, si no estamos de acuerdo con él, que se siente obligado moralmente a sacrificarse y sacrificarnos en el altar de su causa.
Pero ya lanzado, sigue tan pancho:
-¿Racistas, nosotros? En absoluto, acogemos a todo el mundo que no quiera destruir nuestra cultura imponiendo la suya… si busca destruir mi escalera, le pediré con toda la educación del mundo que se vaya. Los catalanes no podemos ser racistas,…
Ni que decir tiene que cuando me vine aquí, desde el País Vasco, no me acogió nadie, excepto mi hermana, claro está, por unos días. Que me vine porque me dio la real gana, como él entenderá; totalmente libre de obligaciones hacia los autóctonos, que nada en particular me ofrecieron ni me reclamaron, que tenía la vida resuelta en mi tierra, aunque tampoco importa, y que me sentía tan inmigrante aquí, como si me hubiera cambiado de pueblo en Las Vascongadas. Simplemente me moví en lo que era legalmente, y todavía lo es, mi país. ¡Sin más tributos! No soy ni emigrante ni inmigrante. Otra falacia que servilmente aceptamos.
-Los racistas son ustedes, que quieren imponer su pensamiento en un lugar ajeno, considerando pues, el pensamiento de la gente de este lugar, inferior y menos válido, creando una discriminación evidente entre personas, que se puede tachar, pues, de racista.
Él se lo dice todo. Si no cambio mi lengua estoy imponiendo mi pensamiento (ahí se le va la olla, por lo visto, lengua y pensamiento son lo mismo) y siendo racista. Y supongo que si me voy a Afganistán, y no me hago musulmán también soy racista. Porque de siempre las religiones han sido más importantes que las lenguas porque han hecho correr mucha más sangre. Y lo siguen haciendo.
Es posible que nuestro joven amigo pueda largarnos un rollo de 25 (o de 250) páginas en el mundo unidimensional que le han enseñado, y también es posible que no pudiera escribir ni tres líneas si le sacan de él. En cualquier caso, está muy mal suspendido en su curso de bachiller. Alumnos con mucha menos labia pasan sin dificultad esos retos. Quizás tenga mucho más cercanos entuertos que resolver antes de atacar molinos de viento.
No quiero terminar sin decir una cosa más: la última falacia del nacionalismo lingüista es pretender que todas las lenguas son iguales. Arranca de la generalización de la dignidad de las personas a las cosas que éstas aman y sienten. Sin embargo las lenguas no son personas, y carecen de dignidad, como carece de ella cualquier cosa u objeto que amemos. La mejor prueba de ello es constatar que las lenguas no pueden ser indignas, y por lo tanto tampoco dignas. Sólo son un instrumento de comunicación y de expresión de nuestros sentimientos que acabamos amando mucho, y por eso han de cuidarse y respetarse, pero las lenguas son distintas. Lo son por la universalidad de la cultura que en ellas se expresa y por su número de hablantes, que les confiere un muy distinto valor de uso y comercial. Ignorar esto es pura vanidad. Hay una cosa determinante en una lengua: su valor de mercado. Y el catalán no lo tiene, o lo tiene negativo puesto que hay que subvencionarla. Es duro para la vanidad, pero es así. Si el catalán se hablara, por ejemplo, además en Alemania, nadie tendría que preocuparse de defenderlo. Por eso también es una falacia la supuesta generosidad de la que alardean los catalanoparlantes cuando hacen gala de su bilingüismo. Aprendiendo castellano se hacen un favor de gran valor comercial y cultural. Aprender una lengua es una gran inversión de esfuerzo. La recompensa puede no estar a la altura de la valoración que mucha gente tiene de la misma. Porque así lo creen o porque así les da la gana.
De todas maneras C’s es un partido político, y por lo tanto debe defender los derechos y también los sentimientos de las personas. No solamente debería asumir la causa de los castellanoparlantes, sino también la de los catalanoparlantes. No están enfrentadas. Es mejor dos lenguas que una, sea cual sea el valor de cada cual. Y considero que el nacionalismo lingüista está haciendo un daño atroz al catalán, que sufrirá la reacción, y es posible que no aguante como victimario lo que soportó como víctima. Sigo creyendo en una sociedad bilingüe a todos los efectos, en que nadie se sienta a disgusto salvo los que albergan sueños imperiales de cualquiera de las dos lenguas. Es perfectamente posible. Pero ése es otro tema.
Juan José Ibáñez
C’s de Sant Cugat
Endavant ciutadans!
P.D. Buenas vacaciones a todos. Nos veremos en septiembre.