viernes, 23 de mayo de 2008

RAZÓN E IDEOLOGÍA


Cuando se pretende cambiar un Sistema que viene funcionando desde largo tiempo es seguro que tropezaremos con mucha gente que se resistirá. Siempre ha sido así, y supongo que así debe ser para permitir la evolución en lugar de la revolución. Todo lo que se mueve necesita frenos. Pero… ¿Cómo debatir eficazmente para acercar posiciones? Siempre existirá gente enamorada del Sistema o con una gran resistencia al cambio. Y tampoco faltarán los que estén dispuestos a anteponerlo a las personas. Pero este Partido viene anunciando precisamente lo contrario: -Sólo nos importan las personas. –Y también aspira a regenerar la política. ¡Sólo por eso ya vale la pena estar en él! Sin embargo, una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Los hábitos se resisten como gato panza arriba y frecuentemente ni nos damos cuenta de que nos repetimos en lo mismo que combatimos. Es aquí donde entra la importancia de establecer un modelo de diálogo eficaz para obtener lo que es justo, que sólo puede determinarse a través de un modelo racional.

Y empezando por el principio -establecer la racionalidad como único punto de entendimiento válido- hablaré hoy de problemas inexistentes que nacen de partir de postulados diferentes, es decir de no hablar de lo mismo ni del mismo modo.

Me decía, no hace mucho, un apreciado compañero: -¡Admíteme mi derecho a no estar de acuerdo contigo en ese punto, ni hoy ni nunca!

¿A que parece un derecho irrefutable? Pero veremos que no es así. Esa frase es un sofisma y una forma de pensar que hay que superar si queremos que se argumente racionalmente sobre cualquier asunto en lugar de que se sentencie emocionalmente sobre él. La imposibilidad del encuentro con mi amigo nace de que me habla desde la ideología (me daría igual que fuera desde la religión) y yo hablo desde la razón. Personalmente sólo aspiro a ser un racionalista. No puedo ser definitivamente de izquierdas, ni de derechas, ni liberal, ni de centro aunque mis actos, considerados individualmente, sí lo sean. Ningún corsé mental puede ser definitivo porque siempre, en alguna ocasión, la mejor solución estará fuera de él y hay que saber salirse de uno mismo. La verdad nunca está en un solo sitio, ni toda ella, ni demasiado tiempo. Que se lo pregunten a Newton.

En realidad, al margen del interés, dos personas sólo pueden estar de acuerdo en aquello que ignoran o que sólo conocen parcialmente. El acuerdo sólo se adopta sobre la ignorancia, y en base a la experiencia -o conocimiento incompleto- que se tiene del hecho acordado, porque la verdad obliga y se impone. La gente no puede estar de acuerdo con el teorema de Pitágoras, o con la ley de la gravedad, porque estas cosas son certezas, y sobre lo que se sabe no hay discusión ni acuerdo posible. ¡Lo que se sabe es! Por lo tanto mi amigo puede estar, o no estar de acuerdo hoy conmigo en una propuesta en la que yo tampoco conozco la mejor opción, pero nunca podrá negarme el derecho a seguir pensando y experimentando hasta que convierta el conocimiento imperfecto en certeza. Llegado ese momento no tendrá derecho “a no estar ya de acuerdo”, le guste o no. La coherencia intelectual le obligará a aceptar lo evidente, so pena de caer en el fundamentalismo irracional. Alcanzar la verdad puede ser un largo camino, pero conocida la certeza, no podrá decirse, estrictamente, que está de acuerdo conmigo, ni yo con él, sino que ambos nos habremos encontrado en la verdad. No habrá vencido mi postura sino la verdad. Y ésta es de todos y de nadie. La diferencia es sutil, pero en absoluto baladí, porque significa que todo desacuerdo es siempre temporal si se está dispuesto a hablar desde la razón. Otra cosa es imponer puntos de vista emocionales o simples intereses. Algo absolutamente insatisfactorio para el que aspira a convencer en lugar de vencer.

Aceptar la tesis de mi amigo significaría, en el fondo, aceptar que todo vale intelectualmente. Que cualquier idea vale. Significaría aceptar las religiones y las ideologías como algo inalterable y definitivo, a la par o por encima de la razón misma. Significa el derecho a recurrir a la manida y falaz frase: -¡Esa es tu opinión!- como infalible vía de escape cuando una persona es acorralada racionalmente y pretende quedarse con la suya y con la coherencia intelectual desautorizando gratuitamente a su interlocutor, ya que no puede hacerlo con sus argumentos. Los sentimientos pueden unirnos, separarnos o enfrentarnos, pero la razón siempre nos acaba uniendo porque busca la verdad en lugar del interés. La razón es lo único que tenemos todos los seres humanos en común. La única posibilidad de comprender al otro, y por lo tanto, como decía Locke, el único juez supremo y digno de la última palabra. Ningún racionalista antepondrá los sentimientos a la razón ni descalificará sin conocer. Sí lo hará, sin embargo, cualquier sentimental comprometido con su lucha emocional privada. Si no reina la razón, invariablemente acabará reinando la fuerza. Y del uso de la fuerza imperceptiblemente caeremos en la injusticia porque el poder no da derecho, como decía Rousseau, porque si así fuera, una simple pistola en el pecho -a fin de cuentas un poder- daría derecho a robar a la víctima.

Reconozco que es muy cómodo recurrir a la emoción o al librillo moral que representa cualquier religión o ideología, y todos usamos de esas guías de conducta continuamente a lo largo del día. Forma parte de la necesidad. No podemos pensarlo todo a cada paso porque no haríamos nada, y a fin de cuentas, en las religiones y en las ideologías se acumula mucha experiencia de nuestros ancestros y mucha sabiduría. Hasta el instinto es simple experiencia impresa en los genes. El propio éxito de esas formas de “pensar” institucionalizadas es la mejor prueba de su necesidad vital para los seres humanos. No las discuto a ellas –tarea inútil y digna de Sísifo- sino su validez como regla de discernimiento cuando se enfrentan entre ellas mismas. Es para esa circunstancia para la que reivindico la razón como único juez. De no ser así sólo podremos aspirar a vencer. Jamás a convencer. Es cuando chocan los intereses y las ideas, o puntos de vista, cuando hay que renunciar al librillo, sea el que sea, y poner en marcha la razón. Ella nos hará comprender los motivos del contrario y nos ayudará a aceptar su parte de interés. De lo contrario sólo veremos el nuestro y el acuerdo será imposible. Sólo la razón nos permite renunciar en lo particular, sin mucho dolor, para avanzar en la equidad, la justicia y el bien común. Y lo primero que pide la razón es tiempo. ¡Tiempo para pensar antes de decidir cosas importantes! Sin embargo la emoción exige respuesta inmediata. Tanto ella, como el instinto, son tolerables cuando no hay tiempo. No es el caso de C’s.

Mis propuestas necesitan de debate racional, porque atacarán la base de muchas ideas, ideologías y mitos: el mito de la estulticia de las masas, de la imposibilidad de escucharlas, de la necesidad de un poder central, en lugar de una red de poder. El mito del “gran padre sabio salvapueblos” y tantos otros. Mientras se crea, por ejemplo, que la función política es un servicio y una dignidad especial, (Teopolítica) no podremos avanzar ni un paso. O desacralizamos la política o perderemos el tiempo. Es como si los revolucionarios franceses del XVIII hubieran aceptado discutir la reforma del Sistema sobre la base de que el poder viene de Dios. Tal hipótesis habría hecho imposible la democracia.

La buena voluntad exige escuchar y valorar. Convencer y dejarse convencer. Exige dar tiempo. Claro que esa actitud, cuando se dispone del poder de imponerse, podría parecer una tontería. ¡Una ingenuidad! Es importante señalar que esto es una visión corta. La mejor inteligencia siempre ha recurrido a la razón. Para terminar os citaré un ejemplo de ello (Walter Gratzer. Eurekas y Euforias. 2004, página 320)

Richard Feynman, (impagable autor de ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, y premio Nóbel) cuenta que en una reunión que marcó el comienzo del Proyecto Manhattan se reunió un elenco de sabios (Compton, Tolman, Oppenheimer y otros), discutiendo sus diferentes puntos de vista, y cedo la palabra a Feynman, entonces muy joven y aprendiz:

-“Para mi fue una conmoción ver que un comité de hombres podía presentar todo un conjunto de ideas, mostrando cada uno una nueva faceta y recordando al mismo tiempo lo que los otros colegas decían, de modo que al final, se tomaba una decisión acerca de qué idea era la mejor –resumiéndolas todas- sin tener que repetirlas tres veces. Éstos eran realmente hombres muy grandes.”

Juan José Ibáñez

C’s de Sant Cugat

Endavant ciutadans!

P.D. En el CG del pasado sábado, 17-05-2008, se perdió otra oportunidad de tenderse la mano y abrir un plazo para que los que quieren un Congreso Extraordinario presenten sus proyectos concretos, se debata sobre todos ellos, se vean los motivos y se decida en consecuencia. Sumar en lugar de restar, en definitiva. Harán mal las dos posturas enfrentadas en menospreciar la fuera del contrario, y gane quien gane, el Partido perderá. En estas situaciones el primero que tiende la mano suele ser el mejor.

4 comentarios:

MTG dijo...

Muy bueno el razonamiento y muy de acuerdo.
Un saludo
Teresa

Anónimo dijo...

-¡Touche!, - Diría un gabacho al leer su escrito. - ¡Ha dado de lleno en el clavo!- Comentaría un castellano. -¡Collonut!- Añadiría un catalán. Y un servidor de usted cree que debería estar publicado en la contraportada de todos los periódicos de mayor difusión, por lo menos toda una semana, pues la señora Razón se lo merece.

¿Que hacer con las personas que creen que debemos respetar su opinión, no estando ésta fundamentada por la razón? Como personas, todo el respeto hacia ellas, pero sus opiniones generadas por su ignorancia, es decir sin ningún esfuerzo intelectual, a mis entendederas siempre le han producido hastío y aburrimiento.

La verdad está al final de un sendero infinito, uno sabe que anda en él cuando va de la mano de la Razón, por ello debemos esforzar nuestro magín para encontrar gusto en la intelección, reflexionar sobre las razones que los otros nos exponen, aprender de los demás y apreciar con agrado sus ideas para quedarnos con las que creamos mejores que las nuestras.

La dialéctica es un maravilloso método de entendimiento, que no por ser antiquísimo deja de ser, hoy por hoy, el mejor. Sobre una cuestión, uno expone sus razones (tesis), la otra persona expone las suyas (antítesis) entre las dos, es decir entre la tesis y la antítesis, se genera la síntesis, la cual puede ser de nuevo tesis, que producirá otra antítesis y con ambas, se creará otra síntesis y así, en este proceso la Razón, es decir el conocimiento propiamente verdadero, se abrirá paso entre la burda opinión de las personas con pereza intelectual cuyo número, desgraciadamente, es demasiado alto.

La pereza es un grave defecto y es la causante principal, entre otras cosas, de la falta de entendimiento entre los hombres. Los perezosos son pasivos, de niños se han acostumbrado a no pensar y a aceptar como bueno lo que les dicen, son los que hacen suyas las ideas de los medios por comodidad, evitando así el esfuerzo mental de discurrir. Suelen tener poca calidad moral, porqué ignoran que el ser humano, entre otras obligaciones, tenemos la de hacernos, y esto solo podemos conseguirlo si pensamos por nosotros mismos, intentando conciliar los pensamientos mejores en el dialogo con los demás.

La aceptación de las ideas o doctrinas que les vienen dadas, es la manera de pensar de los niños pequeños. Querer hacer un proyecto político importante con esta clase de personas es un peligro, vale citar de la sabiduría popular este aforismo: “Quien con críos se acuesta meado se levanta”. Desgraciadamente, los Políticos auténticos, que algunos hay en casi todos los partidos, se levantan mojados cada día y el pueblo administrado por excesivos criterios infantiles ya poco espera de ellos, solamente que algún día la Razón se imponga al despropósito. ¿Es razonable creer que un grupo de mujeres y hombres están dispuestos a cambiar este mundo? ¿A que esperan para empezar? Puede que sí sea razonable, pues muchas de las utopías de ayer hoy son una realidad.

Cuidado, no vayamos a pecar de ingenuos, los burros nunca dejan de ser burros del mismo modo que las monas siguen siendo monas aunque se vistan de seda.

Anónimo dijo...

Esta semana no tiene desperdicio. Magnífico.

Anónimo dijo...

Lo siento, pero no estoy de acuerdo con la base del artículo.

La ley de la Gravedad no es una certeza. Ninguna cosa del mundo real es una certeza. No hay certeza, por tanto, no se pude exigir el acuerdo obligatorio en base a una certeza. Eso en cuanto a temas de la naturaleza, a temas físicos. Y menos todavía en cuestiones morales.

La razón, siendo yo bastante racionalista, no tiene ningún privilegio de ser considerado el juez perfecto ni mucho menos.

Puedo estar de acuerdo en que sería aconsejable buscar entre todos acuerdos, en usar la razón y en cosas así. Argumentar cosas, intentar convencernos unos a otros.

Pero decir que cuando no hay acuerdo es por ignorancia, no.

Y, partiendo de que no hay certezas, no se puede decir: Llegado ese momento no tendrá derecho “a no estar ya de acuerdo”, le guste o no, porque eso es totalitarismo.

Un saludo