Cuando voy a comprar pan siempre tengo una discreta cola que guardar. Mi panadero ya cuida de que no sea demasiado larga, como para que me haga desistir de esperar, o demasiado corta, como para producir esa sensación de aprensión de soledad desangelada que se siente cuando entras en un local público vacío, en el que has de aguardar hasta que aparezca alguien detrás de la barra del mostrador.
El pan, por supuesto, está siempre en su punto, y las únicas sorpresas que encuentro son las que de cuando en cuando me proporciona mi panadero, que se esmera en encontrar nuevas formas, texturas y sabores para su producto. Sabe que es un profesional que conoce su trabajo. Sabe que ha de ser así, porque no tiene otra manera de conseguir que siga yendo a buscarlo una y otra vez. Sabe que no es mi amo. Tampoco se preocupa de juzgar mi capacidad humana, ni me considera tonto o listo, o pierde el tiempo despreciándome porque no sé tanto de harina como él. Y mucho menos se mete con lo que conviene a mi salud, y jamás me molesta opinando sobre la cantidad de miga o corteza que tengo que comer al día para deponer conforme a conveniencia. Se limita a estar a mi disposición por si tengo alguna duda que consultarle. Entonces me escucha solícito y me satisface a la mayor brevedad. No es servil. Es profesional. Carece de derechos sobre mí, pero se sabe competente y sabe que volveré. No cambiaría esa sensación por nada: ¡Sabe que es!
Mi panadero, educado en la verdad de su competencia y conocedor del mérito, jamás aceptaría una ley que me obligara a comprar en su panadería sea cual sea mi voluntad o la calidad de su servicio. Sabe que eso le haría daño. Cómo mínimo le impediría saber si fabrica buen pan. Podría hacer el mejor -o el peor- pan del mundo y daría igual. Yo tendría que someterme igualmente a sus ritmos, horarios y calidades. Seguramente su propia desmotivación acabaría en autodesprecio, y de ahí al desprecio ajeno no media ni un paso. De ahí a comenzar a intervenir en la vida del cliente prisionero sólo hay un paso. A fin de cuentas, el único estímulo que puede quedar es averiguar hasta que punto, éste será capaz de tragarse el bodrio preparado. Es una escalera hacia abajo. Nunca se sabe cuánto se puede descender antes de que todo reviente.
Mire donde mire, ningún profesional de ningún oficio es mi amo. Ni siquiera el médico, al cual confío mi cuerpo, mi salud y mi vida, manda sobre mí. Ni siquiera él me desprecia cuando a él me confío, a pesar de ser tan grande mi ignorancia en asunto tan crucial, y tan determinante su sabiduría. Se limita a informarme y dejarme la decisión. Siempre desde el respeto. No me impone nada. No me obliga a salvar mi vida contra mi voluntad. Sólo me recomienda y yo decido. Casi siempre hago lo que me recomiendan los profesionales, y casi siempre les quedo agradecido. Si fallan responden. Tanto más rápido cuanto mejores son. A veces no sigo sus consejos y a veces fallo, y entonces, en lugar de ensañarse con mi petulancia, me aconsejan de nuevo, respetuosos, siempre que los reclame, claro. Si no, jamás vienen a decirme que ya me lo habían advertido.
Dije que ningún profesional es mi amo, pero hay una excepción. Se llaman a sí mismos políticos. Y aunque se llenan la boca de la palabra servicio, en realidad deciden sobre nuestras vidas como ni siquiera a nuestros padres les hubiéramos permitido. Teóricamente son gestores de la cosa pública, pero invariablemente, en la práctica, se dedican a hacer leyes, sobre los asuntos más variados sin que se las hayas pedido y sin someterlas a tu aprobación. Sin otra causa racional que sus manías personales. Luego miran cómo te comes el bollo e inventan fórceps para obligarte a tragarlo si te resistes. Nunca te preguntan nada, y si lo hacen es sobre lo que les interesa y con preguntas manipuladas que te obligan a escoger entre lo que desean o lo indeseable. Te escuchan poco y con impaciencia, y te responden, si lo hacen, tan tarde que ya es tarde. Disponen, también, de una encomiable capacidad de descubrir lo que no te importa e ignorar lo que te preocupa. Coetáneos de los sacerdotes, como a ellos les encanta el oropel, y son los dos oficios más viejos del mundo, a pesar de que muchos creen que hay otro más antiguo. Parece ser que no podemos vivir sin ellos. Por eso, en muchas ocasiones, a lo largo de los tiempos, muchos ciudadanos han tomado cartas en el asunto para intentar civilizarlos, y poco a poco lo han ido logrando. Ahora un partido que se llama Ciudadanos viene diciendo que quiere darle una nueva vuelta a la tuerca. Lo que sucede es que los viejos hábitos son muy poderosos, y mucho ciudadano, bien intencionado, es víctima de la historia. Todos sabemos que un ejército funciona. Que el control desde arriba funciona, que un jardín es posible siempre que exista un buen jardinero, pero también que la naturaleza es más sabia, y consigue mejores paisajes por sus propias espontáneas fuerzas, y además son para siempre y sostenibles, aunque vayan cambiando. La naturaleza, aunque parezca increíble, es incluso anterior a los políticos. Y la naturaleza funciona de abajo arriba. Justamente al revés que éstos.
Tampoco es que los ciudadanos queramos ser totalmente naturales. Nos gusta la calefacción en invierno y también nos gustan los jardines, pero para hacer las cosas de arriba abajo nos sobran los partidos.
A los que en C’s quieran ejercer la política, yo les pediría que imiten a mi panadero y no quieran más derechos que él. Quizás así puedan tastar su orgullo como yo gusto su pan. Quizás entonces ya no necesiten privilegios, ni estúpidas vanidades, ni suplantar la voluntad de los que dicen servir, porque todo eso palidece ante el impagable sabor del reconocimiento sincero. Lo demás tiene precio.
Juan José Ibáñez
C’s de Sant Cugat
Endavant ciutadans!
P.D.: El texto anterior lo escribí el 1 de abril del 2007, y lamentablemente no ha perdido ni un ápice de actualidad. Entonces pretendía llamar la atención sobre los viejos hábitos, tan imperceptiblemente tenaces en su voluntad de perpetuarse. Ya dije que si C’s quiere llegar a la Sociedad ha de ser con un producto político nuevo, porque para vender uno viejo carece de medios, pero sobre todo carece de sentido. Para más de lo mismo, nos sobran los partidos. El producto nuevo surge espontáneamente del propio impulso cívico que hizo nacer Ciudadanos, y que alguien, ya en el primer Congreso, bautizó como ciudadanismo: la voluntad de escuchar y servir realmente al ciudadano. Surge del cansancio de unas personas que sistemáticamente venían siendo silenciadas y ninguneadas por los órganos del poder, legítimamente constituidos, desde luego, pero desde las limitadas condiciones de la mal llamada “democracia de representación” que soportamos. Y no son pocos los individuos que son sometidos a las maniobras de ingeniería social que se pergeñan desde el poder, sino que a veces constituyen incluso amplias mayorías, a las cuales se silencia y manipula con la eterna excusa de la “imposibilidad material” de atenderlas a todas:
-Hago lo que "quiero" –razona el político- porque "soy representativo", luego mis representados quieren lo que quiero, que para eso me han votado y no les doy más opciones, no vayan a querer otra cosa. Con lo que acaban queriendo justo lo que he dicho que quiero. -Y así, nos "representan" sin más trámites, es decir, nos suplantan, o sea: producto viejo.
-¿Cómo aunar la voluntad de un millón de personas? –Arguyen- Si preguntáramos todo lo que hemos de hacer (hiperdemocracia) nunca haríamos nada. –Pero olvidan interesadamente que la informática puede sintetizar en tiempo real millones de voluntades, y que no es preciso que pregunten nada si no quieren, porque bastaría conque ofrecieran la posibilidad de que el ciudadano que quiera hablar, sobre lo que sea, tenga el medio de hacerlo. Su eco determinará la voluntad ciudadana, y el profesional –el político- podrá también orientar esa voluntad de modo principal, desde su privilegiada posición, con su argumentación fundamentada, y con la variable implacable del coste del servicio que acaba con todo populismo y demagogia como sucede en la vida real. El cliente pide, el profesional informa, el cliente valora y decide, y finalmente el profesional ejecuta el pedido y asume responsabilidades. Eso le hará fabricar buen pan, y aspirar a satisfacciones, económicas y morales, ahora insospechadas. Eso alumbrará una nueva Sociedad. El producto nuevo está ahí, esperando al Partido audaz que se atreva venderlo.
3 comentarios:
Audacia. gran palabra. Ciudadanos empezó así, y de golpe y porrazo la perdió. En esa pérdida están incluidas todas las corrientes como Izquierda liberal, Robles, Rivera, los intelectuales, mucha gente de base, que nos consideraba locos o ilusos a los que decíamos que el partido se presentara a las autonómicas, porque sino seguiría siendo visto como un partido centrado en Cataluña, más el surgimiento, ya se vislumbraba de UP y D, un calco de las mafias oligárquicas tipo PP y PSOE, pero que podía llevarse muchos votos.
No hubo audacia, surgieron los chopques internops, la ceguera de oficialistas y opositores...y así estamos.
¿Aún hay tiempo?. No lo se...
Saludos desde Madrid
No me conformo con opinar cada cuatro años si el panadero es bueno o no.Tampoco me conformo con tener la opcion de poder cambiar el panadero si se que los que pueden sustituirlo van a seguir el mismo pan.
La politica tiene que regenerarse para dar el poder a los ciudadanos y no solo cada cuatro años.
C´s quiere regenerar profundamente la politica pero me temo que con la limitacion de dos mandatos o las listas abiertas no sera suficiente .Tenemos que ser capaces de volver a ilusionar a la ciudadania con un proyecto que cuente con la gente y no solo cada cuatro años.
Es mucho más fácil ser buen panadero que buen político, el primero puede llegar a la excelencia aprendiendo adecuadamente el oficio y empleando las elementales técnicas de venta añadiendo una actitud cordial hacia los clientes. El segundo necesita, nada más y nada menos, que tener Buena Voluntad. Panaderos haylos y muchos más pueden haberlos si preciso fuere; de igual modo pueden haber miles y miles de mujeres y hombres que se dediquen al trabajo de la Política, o lo que es lo mismo, ha hacer de políticos, aún sin tener las condiciones morales para serlo.
Los Políticos, así escrito en mayúscula, no suelen abundar, pues para que lo sean es necesario, por lo menos, tener una constante actitud ética, que es aquella que solo puede medirse en profundidad. En ella las cantidades no tienen sentido, es la que sitúa el valor de las personas en el status de la sabiduría, donde la inteligencia es prescindible. Los otros, los que se dedican a la política, les basta ser solamente inteligentes, a pesar de que son los más, los que ni siquiera llegan a eso. Al sabio suele gustarle el buen hacer, el deber por el deber aunque éste vaya en contra de sus intereses, contrariamente al politiquismo que lo subordina todo a su conveniencia.
¿Que hacer pues ante la terrible expectativa politiquista, si a nosotros los ciudadanos, nos es imprescindible la intervención de administradores de lo público? Necesitamos gestores sabios para que en sus mesas de trabajo se tomen decisiones justas aunque no sean las que convengan a la mayoría. Que se tomen a pesar de que tanto a usted como a mí nos perjudiquen. Sabemos que a la larga si somos administrados justamente todos seremos beneficiados.
Los partidos, al igual que toda institución pública o privada están jerarquizados y la mayoría de las personas que los constituyen tienen una enfermiza voluntad de poder. La paradoja está en que todos, absolutamente todos los ciudadanos sin excepción, necesitamos a los políticos, y que no habiendo los suficientes, debe ser reemplazado el cupo por los politiquistas demagogos y sofistas, a los que solamente les bastan los votos de las personas que no piensan por si mismas de tal modo que en el momento de votar toman su decisión sin razones consistentes, provocando con este proceder esta aberración sociológica.
De momento, no veo otra solución a este crónico y grave problema social que la de crear un amplio grupo de sabios para que constituya una asamblea de gestores, de igual o parecida manera que un consejo de administración de una empresa privada. Una asamblea de Sabios debe estar necesariamente constituida tanto por personas provenientes de la Universidad como de los campos de secano, es decir sus luces deben provenir de fuentes del saber universal y también de sus corazones cuya sabiduría ha sido aprendida del vivir tanto en los campos fértiles como en los yermos. Sí, las luces del corazón también saben iluminar los caminos. Los gestores serían gerentes, no ministros, y sus sueldos no vitalicios. El Consejo, es decir, los Sabios podrían prescindir de ellos en cualquier momento pues, en sus contratos de trabajo, se reflejaría una muy alta remuneración económica pero también la posibilidad de ser cesados sin previo aviso y sin indemnización.
Los legisladores serán hombres buenos e independientes, no habrá interferencias con el Ejecutivo ni con el poder Judicial. El Pueblo, con el tiempo, les conocerá por los hechos, que es la única manera de conocer a las personas, podrán perpetuarse en el Parlamento si, y solo si, su trabajo es del agrado del ciudadano.
El poder judicial debe ser decidido por los colegios de abogados y por todos los letrados, de modo que los tribunales ordinarios sustituiránn al consejo del poder judicial y al TOP, perdón, quería decir La Audiencia Nacional. El tribunal constitucional podría eliminarse gracias a la aplicación del sentido común explicitado en el Derecho Natural de modo que la Constitución sea corta en artículos para que resultase largamente completa en Justicia.
Publicar un comentario